ABRIL 2006
“ALICIA DEBERÍA ARRANCARME EL CORAZÓN AL ABSURDO”.
Si, a veces pasa que me siento como un roca, esa roca que cae, que cae, que cae, no termina de caer y jamás llega al abismo. No encuentra fin en su caída. Un mundo donde Alicia aparece nuevamente en mi mente, jugando esta vez con piedras amarillas que representan mi conciencia y mi debilidad, mi falta de talento nuevamente ante esos molinos gigantes de poética sabiduría. Donde aquí ya no hay lugar para una tetera dulce y gentil. Sin embargo en el fondo éste malestar es bello, con milímetros de poesía, no mucha pero suficiente, la necesaria para tocar un pedacito muy pequeño, pequeñito de nube blanca como los calcetines de algodón que alguna vez perdiste o tus únicas y características zapatillas amarillas que me encantan.
Pero dónde quedo yo? En la nada, en el abismo, en el cielo, olvidado en el desierto de la melancolía desastrosa y monótona, harto de sentir el mismo color en mis recuerdos y aburrido de quejarme de la misma plegaria, o quizás flotando en el mar púrpura más lejano del planeta.
¡Simplemente no quedo en ningún lado! Quizás perdido y fragmentado. Otra vez en el desierto, quizás en algún cementerio en ruinas, o tal vez en palabras llanas y sin sentido. Efímeras y destrozadas por el viento de abril. Volvemos a empezar, volvemos a la nada.
Como Alicia en el País de las Maravillas, en su búsqueda interminable de alcanzar al conejo blanco. Sólo que esta vez, no hay Alicia y tampoco un conejo blanco, ni psicodélico como los que imaginaba Cortázar.
Alicia debería arrancarme el corazón al absurdo. Exprimirlo con fuerza .Y arrojarlo a lo desconocido, allá donde no pueda más sufrir. Donde sólo ella sabe que no hará daño ni molestia a nadie, donde ya no hay amor, ni esperanza. Nada. Donde el dolor ya no arda.
Se congele ahí para siempre. Y me regale uno nuevo. De esos que no sienten. De esos que necesita una piedra.
¡Para que jamás vuelva a sufrir! Que no se caiga en millones de trocitos irreparables.
Que sea de plástico, que sea inútil, que sea desechable, que sea cursi, que sea extraño, que sea sin forma y sin sentido, que no sepa a nada y que no tenga colores.
¡Quiero un corazón así! Le pediría que me cambiara inmediatamente éste que tengo por el de ella, o por el del gato o el que me encomendaran los siameses. Pero que no sea el mío, nunca más.
Alicia, por favor. Regálame un corazón con el que no se sufra. ¡Invéntalo, tú que puedes! Genéralo, uno especial para mí. Hazme uno mágico, de esos que sólo tú conoces.
El mío arrójalo a la basura, destrúyelo, aniquílalo, vomítalo, escúpelo y devóralo nuevamente para que nunca se vuelva a usar.
Llévatelo al arco iris, o dáselo a la oruga pensante y que le ponga un nuevo nombre, que le invente una nueva función, una misión absurda, tan absurda como es el amor no correspondido.
Pero no quiero un corazón que me lastime, que arda en mi pecho cada vez que respiro.
Dame uno fuerte, con carácter, que no acepte travesuras, sueños ni derrotas.
Alicia, te doy mi corazón para siempre, haz con él lo que quieras, regálaselo a la Reina ara que pueda degollarlo con gusto y satisfacción todas las veces que sea necesario. Que lo destruya y lo vuelva a degollar las veces que quiera, tal vez a ella le sirva más que a mí. O puedes arrojarlo al mar donde los cangrejos lo exprimirán sin piedad extrayendo el jugo del amor exonerado. Seco, irreparable.
O envuélvelo en una caja de hojalata y dónalo para algún peregrino que anhele un corazón oxidado y poco resistible al amor. Quizás él lo quiera, pero yo no.
Quiero un corazón nuevo, el mío ya no sirve, entiéndelo. Es obsoleto, anticuado, modesto y noble. Está pasado de moda, es uno tradicional de esos que se entrega sin condiciones, es de esos que ya nadie quiere. El mío me pesa llevarlo en mi pecho y en mi piel.
¡Anda Alicia! ¡Hazlo pronto! ¡Arráncamelo! Como si fuera la última vez que lo vieras. Mi alma me lo exige.
Quiero que me des un corazón duro, hueco, fatuo, áspero. Como los que necesitan las rocas. Un corazón resistente que aguante todas las heridas del tiempo.
Dame el corazón para una roca. Dame el corazón que necesito. Dame el que tú conoces o quizás el tuyo. Dame un corazón para esta carcomida y seca alma.
Al menos tú Alicia, disfrazas mejor el dolor y la confusión que yo, envuelto en esta arrugada y pesada prisión de roca.
La catarsis va desapareciendo, comienza a surgir efecto las pastillas amarillas de melancolía, y se desvanece el recuerdo de las lágrimas que escaparon ágilmente, derritiéndose entre mi armadura de sentimientos que ya no quieren regresar al mundo real.
Soy lo que soy y eso es todo. Una piedra enamorada sin razón.
Respira Alicia, vas bien, eso es muy bien. Lo has hecho muy bien, estás lista para seguir leyendo, escucha a la piedra, escúchala bien.
“Las piedras son sabias, a veces también lo soy yo. Recuerda que las piedras también aman y sienten”.
Llegó la noche, una noche más que comienza con arte y termina con dolor, un dolor que consume, que arde en el alma profundamente, aunque sea de piedra.
Guillermo Carballo
domingo, noviembre 12, 2006
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