miércoles, diciembre 13, 2006

Me gustan los mangos y las cerezas


Me gustan los labios de todas las mujeres que conozco, me gusta los besos que me dan en la cara y los pocos besos que me han sabido a arte femenino.
Me gustan las mujeres que parecen poemas visuales o metáforas de vida.
Me gustan platicar tonterías a la gente que a penas si conozco que encuentro en la calle. Me gusta imaginar que ya estoy muerto y soy una piedra, o tal vez un holograma, o quizás un fantasma de colores y un poco torpe. Me gustan los leones y los tigres que inventa cada día mi sobrino. Me gusta jugar con él. Me gusta jugar con los niños porque yo me siento un niño como ellos, aunque ya sea un adulto, soy un niño que nunca creció, que aún se encuentra en el país del Nunca Jamás, sólo que éste adulto jamás volvió al mundo real. Me gustaría tocar a un unicornio y besar a las sirenas. Cualquier sirena, tocar su cola, oler su cabello y besar su boca. Me gusta volar con los dragones imaginarios que viven conmigo. Me gusta el sol, me gusta la tierra, me gusta ensuciarme con lodo cuando voy a escalar, como cuando era niño y moriría por volver a hacerlo. Me gusta bañarme, aunque nunca peinarme. Me gustan mis pies, cuando siento el frío que entra por ellos decido cubrirlos, no me han fallado, son graciosos y no tienen pelos. Me gusta mi ombligo, es raro igual que yo. Me gusta mi imaginación, porque es sensible, sentida y no quiere crecer. No se cansa, busca y busca, busca , busca y sigue buscando algo que aún no entiendo bien qué es. Por eso me gusta, porque me obliga a pensar, a esforzarme a crear. A buscar una buena historia que aún no ha llegado. A escribir un poema que aún no imagino y escribir versos plenos que todavía no han nacido. Me gusta la música generada por las gaitas, no las gaitas vascas, sino las gaitas escocesas, me gusta Escocia y también Roma. Me gusta Stonehenge. Me gusta mi país, con todos sus defectos y errores, me gusta sentir la ciudad como mía, me gusta que sea mi casa las calles, aunque sea temporalmente, me gusta encontrar lugares cómodos, otras veces sucios y algunas más llegar a todos los lugares comunes.

Me gustaría ver en mallas de ballet a un hipopótamo morado, bailando el Cascanueces en Bellas Artes un domingo. Eso sería bueno. Ese instante lo haría mío, aunque fuera lo más cursi y meloso del planeta. Lo volvería a hacer mío. Porque me gusta.
Me gusta imaginar que puedo tocar las peludas patas de un Centauro, platicar con él, y preguntarle si le gusta la poesía de Jaime Sabines, o si prefiere su propia poesía.
Me gusta platicar con el mar, me gusta la arena, de esa que tiene sabor, de esa que sabe a sueños y limón. A deseo y cerveza, de esa arena mexicana única en el mundo, me gusta esa arena limpia que puede hablar y la encuentras en Oaxaca. Esa arena que es discreta, que no molesta, que no grita, que está esperando que la toques y hables con ella.
Ese tipo de arena me gusta, no la que venden en las tiendas de souvenirs. Me gusta viajar, me gusta ir a los lugares poco conocidos, no a los iluminados, sino llegar a ésos sitios de los que nadie habla, los arrinconados, ésos que están olvidados, de los que nadie habla porque asumen que no son importantes, me gusta llegar a esos lugares desolados, amorfos, solitarios y extraños como yo. No me gustan los lugares grandes ni lujosos, me gustan lugares sencillos y discretos, de esos que la gente olvida rápidamente dónde ubicarlos.

Me gusta dormir, y olvidarme todas las noches quién soy, desconectarme del mundo, de todo el planeta, de todo y todos, cada noche antes de dormir. Me gusta estirar mis piernas como los gatos cuando estiran sus patas, al mismo tiempo que bostezan y miran alrededor con aburrimiento y con un poco de arrogancia. Me gusta estirar mis alas que imagino en mi espalda antes de dormir (cuando puedo hacerlo), y sentir que me envuelven todo el cuerpo, todas las sábanas y me llevan a ninguna parte. Porque no son sueños ni pesadillas, ni cansancio ni alegría, no me llevan a nada, y eso también me gusta.

Me gusta el Rojo que describió Ginete en una clase, me gusta porque es intenso y nunca lo he visto aún. Me gusta la fuente de la Sogem, esa que Regina personalizó e inmortalizó, gracias a ése fenónemo, creo que me habla todas las tardes, y nos mira a todos nosotros, pero a mi, me da miedo escucharla y prefiero seguir caminando. Me gusta esa fuente. Es talentosa y la más activa que he visto en la ciudad.

Me gustan las mujeres en la tarde, en la noche y todo el tiempo. Me gustan todas las mujeres, casi todas. Me gustan las españolas, las venezolanas, las mexicanas, las colombianas, chilenas, argentinas, portuguesas y danesas, me gustan sobre todo mis favoritas en el mundo: las escocesas y las suecas. Me gusta el teatro, me gusta Chicago, me gusta Roxie Hart y sus ambiciones. Me gusta Amelié, me gustaría que ella me hubiera besado en uno de sus fantásticos sueños, en vez de besar al actor francés que sale con ella. Me gusta el chocolate en todas sus formas y extensiones. Me gusta todo lo que endulza en todas sus variaciones, Me gusta el helado de napolitano en Coyoacán, y de Vainilla en la Condesa. Me gusta el Hershey´s de chocolate, que he tomado desde la secundaria. Me gusta el mango y las cerezas. Me gusta ver cómo saborean los labios de las mujeres esas frutas. Me gustan los labios morados de la saliva que descansa en las cerezas. Me gusta que te las comas. Me gusta verte comer. Me gusta verte así. Me gusta verte. Me gusta también todo lo que enchila: la salsa roja y verde, el mole picoso, y todas las enchiladas bien servidas. Me gusta el flan y las galletas. Me gusta estar sano, porque cuando me pudro por dentro, es demasiado para mí. El corazón se detiene y me cuesta respirar, me pesa vivir. Por eso me gusta estar sano, como el gusano que me arrancará los ojos cuando esté enterrado. Me gusta sentir los latidos del corazón cuando estoy agitado, sentir cómo es el mundo dentro de mí. Miles de células y arterias trabajando para que la sangre pueda funcionar con mi cerebro. Me gusta saber que hoy estoy vivo. Me gusta cuando mi lengua identifica un sabor: caliente, frío, alegre o triste. Me gusta tener lengua y poder hablar gracias a ella. Me gusta tomar en las noches café. Me gusta la sogem, me gustan las clases, me gusta coleccionar el arte y los versos que desprenden algunos compañeros,… me gusta estar ahí.